Roberto Paz y Miño: Una Vida de Triunfos, Temblores y Transformación

Roberto Paz y Miño ha dejado una marca imborrable en el panorama de los medios ecuatorianos. Con más de 30 años de experiencia, su nombre resuena en los pasillos de gigantes como Ecuavisa, Gamavisión y Canal Uno, donde negoció pautas publicitarias con la precisión de un maestro y la pasión de un visionario. Pero su historia no se limita a las cifras y los contratos; hace ocho años, un diagnóstico de Parkinson lo llevó a enfrentar una batalla personal que redefinió su existencia. En un episodio reciente de Open Box Podcast, Roberto compartió cómo pasó de dominar el mundo de la publicidad a descubrir que el verdadero éxito está en la salud, la familia y la paz interior.
Su entrada al mundo de los medios fue casi accidental. Tras estudiar administración en la Universidad Católica y trabajar en Tecni Seguros, un tío en El Comercio lo conectó con su primera oportunidad. Aunque duró solo seis meses en esa empresa, un viaje a Estados Unidos —financiado con un préstamo arriesgado de un millón de sucres— marcó el inicio de su carrera en Ecuavisa. Desde ahí, su trayectoria lo llevó por Teleamazonas, Gamavisión y más, aprendiendo de los “tigres” de la industria. En 2010, con un plan meticulosamente armado, renunció a Teleamazonas y fundó Conexión, su propio negocio, un sueño que llevaba años gestando.
Uno de los momentos más memorables de su carrera llegó con Betty la Fea en Gamavisión. La novela fue un fenómeno: de cobrar $350 por 30 segundos de publicidad, el precio escaló a $4,500 ante una demanda insaciable. Con 45 minutos de comerciales por cada 15 de trama, generaba entre $30,000 y $40,000 diarios, aunque Roberto admite que pudieron haber ganado más. “El rating no lo es todo”, reflexiona. “Si la caja registradora del cliente no suena, de nada sirve.” Esa lección, aprendida entre negociaciones y pautas mágicas, define su enfoque: la televisión funciona, pero el impacto real se mide en resultados.
Emprender Conexión trajo nuevos retos. Las puertas que antes se abrían con un “Robertito, pasa” se cerraron, y los pagos tardíos agotaron sus ahorros en tres meses. En esos días oscuros, su esposa Alejandra fue su sostén, levantándolo cuando las lágrimas y las deudas lo abrumaban. Hoy, Conexión colabora con DirecTV, radios, pantallas LED en estadios y más, mientras sus hijas gemelas, graduadas en publicidad, lideran el frente digital. Adaptarse a las nuevas generaciones —de la X a los millennials y centennials— ha sido un ejercicio de humildad y reinvención.

Entonces llegó el Parkinson. Hace ocho años, mientras corría, notó temblores en la mano y un cansancio inusual. El diagnóstico fue un golpe: “¿Por qué a mí?”, se preguntó junto a Alejandra, temiendo por sus hijas, entonces adolescentes. En enero de este año, en el Hospital Metropolitano de Quito, una operación de 12 horas cambió todo. Despierto, con electrodos implantados en el cerebro y un marcapasos en el pecho, sintió cómo calibraban su cuerpo: visión doble, ansiedad abrumadora, y luego alivio. Antes, vestirse tomaba 40 minutos, comer con la derecha era imposible y el estrés amplificaba los temblores. Ahora, casi sin temblores, sonríe —algo que antes no podía— y vive con una nueva claridad.
La enfermedad lo limitó, pero también lo liberó. Meditación a las 4:30 de la mañana, Reiki, trotar y sauna se convirtieron en su rutina para calmar un cuerpo que, dice, reprimía algo que necesitaba salir. Su familia fue su ancla: Alejandra, su pilar emocional; sus hijas, ahora de 24, sus cuidadoras atentas; sus padres, hermanos y amigos —los “Togas”, un grupo que habla al revés desde hace años— su red de apoyo. Antes de la operación, firmó un documento autorizando desconectarlo si algo fallaba, un acto de amor para no cargar a los suyos con esa decisión. No hizo falta usarlo.
Hoy, Roberto quiere ser un faro para otros. “Si mi historia ayuda a alguien con Parkinson, aquí estoy”, asegura. Comparte contactos como el de su doctora, Verónica Montilla, y ofrece su experiencia sin reservas. La enfermedad le enseñó a cambiar el “¿por qué?” por “¿para qué?”: para valorar su familia, para encontrar paz, para ser feliz con lo que tiene. Los viernes los dedica a los suyos; el trabajo, dice, puede esperar. “Nada es tan urgente como tu salud.”
Su futuro brilla con planes. Un bucket list incluye correr una maratón en Chicago en octubre, bucear y lanzarse en parapente. La operación le devolvió libertad, y sus chequeos mensuales —“alineación y balanceo”, bromea— lo mantienen en marcha. No cambiaría nada, ni siquiera el Parkinson, porque le dio lecciones que no habría aprendido de otra forma.
Roberto Paz y Miño cierra con un mensaje simple pero profundo: “La vida es una escuela generosa que te repite las lecciones hasta que las aprendes. Sé honesto, valora lo que tienes y enfrenta los retos. Todo pasa por algo.” Su historia, no es solo la de un publicista exitoso; es la de un hombre que, tras los temblores, encontró un renacer lleno de propósito y gratitud. En su ring, los golpes más duros fueron el preludio de su mayor victoria.